Entre tanta gente, no era más que
alguien en su propio mundo, una cabecita pensante deambulando entre ideas que
no eran suyas y conversaciones que flotaban en ese frío de enero que no sentía.
Miradas desconocidas chocaban contra su piel sin penetrarle totalmente. No
importaba cómo se sintiera, si las lágrimas se mezclaban con la lluvia en el
suelo o si de repente se perdiera. Lo importante era que no molestara a la
prisa de ningún otro.
Su Winston apagado ya no la
saciaba, pero ella seguía fumando. Su perfecto maquillaje en realidad ya no lo
era. Tan sólo el magenta de sus labios, con el sabor reseco de aquellos besos
amargos y aquellas palabras que, sin pensarlas, decían lo que pensaba. La
matarían si salían, pero de lo contrario la ahogarían.
Cuánta mentira vestida con
sonrisas, se decía. Calles, plazas, callejones, subsuelos abarrotados con el
abrigo de la falsedad. Vidas siguiendo un curso no deseado, a la sombra de los
sueños que absolutamente nadie se obligó a alcanzar. Ágata la realista se
llamaba a sí misma.
Aquel que la amaba pero ella no
quería, la esperaba al amparo de su elegante paraguas, junto a la calle que
llevaba su nombre. Así la habían bautizado entre ellos. No le preocupaba que la
descarga de aquellas nubes sobre sus rizos castaños y su abrigo de piel de
animal desconocido pudiera no gustarle. Sabía con la certeza que brinda los
años que la desearía todavía más. Esa certeza que nunca pudo permitirse con
quien ella amaba de verdad.
Él le cerró su abrigo calado
hasta las costuras. Siempre protegiéndola. Incluso cuando no merecía tal
protección. Ella se dejó, cómo no, aunque su escote empapado no le desagradaba
lo más mínimo. Cogió su mano, Ágata se dejó llevar por las mismas calles de
siempre, las que nunca olvidará, esas que cada día que termina llorando añora
visitar. Ninguna de esas calles jamás les escuchó hablar. Si se les pudiera
interrogar, nunca identificarían sus voces. Ni siquiera el portal verde, como
el paso del tiempo, que en su día fue un azul intenso. Cada azulejo descolchado
era un testigo menos, cada escalón se ensordecía a sí mismo con el crujir de la
madera, y la puerta ya tenía bastante con abrirles el camino a la perdición.
Pero aun perdidos, era la única forma de encontrarse. Ni bien ni mal.
Encontrarse existiendo.
Con él existía, pero con su
verdadero amor se moría. Y en realidad no llegaba a distinguir qué sería peor.
¿Una existencia llena de intentos? ¿Una muerte lenta llena de amor? Pero ya se
había acostumbrado al día a día del dulce dolor y a las escapadas como ésta, en
busca de una pizca de salvación y amor del verdaderamente falso.
Me gusta mucho Estelle!!, ¿para cuándo más? Ahora me quedo con la intriga :)
ResponderEliminarHey! Me alegra que te haya gustado :DDDDDD
EliminarPues subiré una continuación cada semana, así que la semana que viene una entrada nueva ;)
.Estelle.
Hey!!nuevo blog!!me gusta y me gusta también mucho la historia, te seguiré también para enterarme de más. Un saludo
ResponderEliminarSí! Lo abrí la semana pasada jeje.
EliminarEncantada de que te guste y que me sigas ^^
En unos días subiré una nueva entrada con más continuación.
.Estelle.
Estelle, me encanta!!!!
ResponderEliminarVoy a seguir leyendo :-)
Besos!