Le gustaba más el Marcos dormido
que el despierto. En realidad ella se había acostumbrado desde hacía años a no
dormir. No recordaba muy bien la sensación de tener sueño. Al principio le
parecía una ventaja envidiable, pero ahora le parecía patético, sobre todo
cuando se miraba la cara al espejo.
Su silueta de sirena era un orgullo para ella a sus 39 años, pero las bolsas que colgaban bajo sus ojos no engañaban a nadie, a pesar de las buenas sensaciones que pretendía causar con sus tacones de Dior y sus vestidos de Chanel. Ella era una más de las que comían de las apariencias.
Si había que aparentar ser feliz, lo podía aparentar regalando
sonrisas mientras cogía a Trévor del brazo. Pero eso era algo que tarde o
temprano explotaba. Era como una obra de teatro interpretada por dos ex
amantes, cuyos papeles son de amantes de verdad. Puedes engañar al público
haciéndoles pensar que el dolor o amor que transmite tu personaje es parte del
papel, pero por dentro no es tu papel lo que transmites.
Por eso, cada vez que huía al
viejo piso de Marcos se hacía la dormida, o incluso a veces conciliaba el sueño
durante unas cuatro horas, pero siempre se quedaba observándole dormir, soñar,
descansar, hasta que se iba antes de que él pudiera despertar. No le parecía
honesto, pero sí justo. En la misma cama que 25 años atrás se entregaron el uno
al otro. Él con la misma oscuridad en su pelo, el mismo color caramelo de su
piel, aunque en músculos más desarrollados, y ojos de un color que sólo poseía
él. Ni verdes, ni azules, ni castaños. Una mezcla de éstos que recordaba al
agua del estanque donde solía bañarse de pequeña. La calma y el brillo de
aquellas aguas le transmitían paz. La misma paz que sintió al mirar a Marcos a
los ojos por primera vez.
Ella en cambio no era la misma
chica que él conoció, ni por dentro ni por fuera. Sin embargo, nunca dejó de
amarla. Su pelo ya no era como la pimienta, sino más bien como la piel de una
gitana. Sus ojos un día fueron de un color miel que endulzaba, y ahora
simplemente no tenían color. Eran como musarañas. Totalmente apagados. Y su
piel igual de pálida. Eso fue lo único que no cambió.
Al acariciarle el pelo mientras
seguía profundamente dormido, se preguntaba riéndose al mismo tiempo quién les
habría dicho que el futuro les depararía esta historia. Por un momento se
sintió afortunada. Pero solo por un momento.
Vio que eran casi las 8 de la mañana y se apresuró a
vestirse con cuidado, sin interrumpir el silencio que embalsamaba la
habitación. No se molestó en maquillarse. En cuanto llegara a casa, rompería a llorar otra vez.
Ah!!!se me ha hecho cortísimo!!!pobre Ágata por dios...
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