Era consciente de que estaba
haciendo la cena. No porque siguiera a rajatabla el paso del tiempo como
cualquier otra persona, sino porque era de noche, la luz artificial alumbraba
el exterior de la ventana, según el reloj de la cocina eran las 20:33, y además
estaba cocinando. La costumbre había conseguido que obligatoriamente siguiera
ciertas pautas diarias sin ni siquiera darse cuenta, a pesar de que su cabecita
pensante no descansara nunca.
En 5 días se había duchado y
bañado aproximadamente 20 veces, pero todavía conservaba inexplicablemente
impregnado el tacto de Marcos en su piel, por no hablar del recuerdo de aquella
absurda conversación que la dejó acorralada y sin palabras.
La ropa la había
donado. Era más práctico que quemarla, a pesar de poseer un hermoso jardín
resguardado de las miradas de cualquier curioso. Aprovechaba el hecho de contar
con una amiga que se dedicaba a donar prendas de ropa a los más necesitados
cada 15 días en sus jornadas de Help, juguetes en épocas festivas como Navidad
a niños cuyos padres prescindían de recursos para ello, y comida para alguna
reunión “especial”. Bueno, en su día fueron amigas, en la universidad. A día de
hoy eran simples conocidas que se hacían y devolvían favores de vez en cuando.
Ágata no podía permitirse a estas alturas tener amigas. Una amiga comprende y
escucha, entre otras muchas cosas. Y ella daba por sentado que nadie la
comprendería, aunque se molestara en escucharla. Se había acostumbrado a la
soledad de un matrimonio desencajado y no era tan cruel como temía. Lo hecho,
hecho estaba. Ya se compraría otro vestido de Chanel cuando se sintiera con
fuerzas para salir de casa. El dinero no era un problema para ella. Y ya se
había convertido en costumbre donarle algún vestido de marca prácticamente
nuevo cada varias semanas aproximadamente. Su amiga no preguntaba, ella no
tenía que dar explicaciones y además ayudaba a la causa. Era perfecto.
Trévor en un principio encontraba
extraño que hubiera menos ropa en el vestidor de su mujer que la cantidad
aproximada de prendas que recordaba haber comprado. Con el tiempo, las
disputas, los celos, los gritos y las huídas de Ágata, empezó a asociarlo todo.
Acarició para sí mismo la idea de contratar a un detective que la siguiera y
así terminar con la tortura de sus dudas y suposiciones. Él mismo no había
desarrollado las agallas suficientes para perseguirla hasta dar con la
respuesta. De momento. Pero al fin y al cabo, era más feliz sin saber y
dejándola marchar donde quiera que fuera. Pero que volviera. Hasta hoy había
vuelto, siempre visiblemente desfogada y ensimismada, pero había vuelto.
Había
cocinado arroz tres delicias suficiente para dos personas y filetes rusos con
puré de patata para terminar de llenar el estómago. El postre surgiría sobre la
marcha. O al menos así lo esperaba. Aunque también era muy probable que tuviera
que tirar a la basura la mitad y comerse ella sola la parte que le
correspondía. Trévor solía no presentarse en casa durante un día entero. A
veces la avisaba dejando un mensaje en el contestador. A veces ella lo
escuchaba. A veces prefería no molestarse y dejarse guiar por la sorpresa de si
aparecía para cenar o no daba señales de vida. Otras veces Trévor juraba
haberla avisado antes de ir al trabajo y darle un beso. Si eso era cierto, ella
no lo recordaba. Y tampoco le apetecía mucho caminar hacia el contestador para
revisar los mensajes. La culpa siempre caía sobre el largo pasillo que separaba
la cocina del salón, y sobre el empeño de Trévor para comprar una casa que
dejara relucir el poder adquisitivo que les permitía tenerla. Unos grandes
ventanales en todas las dependencias de la casa excepto en el baño, para que la
luz de la madrugada les permitiera verse mutuamente despertar. Culpaba algo tan
material porque reconocer su indiferencia al respecto no le parecía apropiado.
Por
tanto, esa noche también habría sorpresa.
Pobrecilla, tanta soledad es horrible.
ResponderEliminarMás besos!