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jueves, 20 de septiembre de 2012

Tú, Dr Jekyll. Yo, Mr Hyde.

No voy a negar que yo también me dejé llevar por el ambiguo encanto de la psicología gracias a la gran película "El sexto sentido". Aunque no tanto por la oportunidad de tener como paciente a un niño que habla con espíritus. Mi curiosidad desembocó en los trastornos de la personalidad, pero no con un enfoque obsesivo. Mi lista de intereses es más bien variada.

De ahí que yo siempre pensara que la célebre novela de R.L. Stevenson "Dr. Jekyll y Mr. Hyde" narraba un claro caso de personalidad bipolar. Hasta que lo leí, y bueno, no era exactamente lo que yo me esperaba.

Lo peor que podéis hacer es preguntar a otras personas que hayan leído el libro en cuestión por sus impresiones. Yo me dejé guiar por el "Bueno, hay que tomárselo con calma" que me respondió mi amiga, y me lo leí en 3 días. Ya partía de la base de que Henry Jekyll y Edward Hyde eran la misma persona, pero me interesaba saber el cómo y el por qué, sobre todo lo último.


Determinar finalmente que una pócima creada por el doctor era la respuesta, me llevó a plantearme muchos interrogantes. Una pócima/jarabe/droga progresivamente adictiva y dominante que permita a nuestro otro yo exteriorizarse con una apariencia e identidad totalmente opuesta y diferente a la que nos acompañó desde nuestro nacimiento. Está bien, todo es ficción y no entraré en el debate de si podría ser posible en la actualidad gracias a los avances en ciencia y medicina, pero ¿y nuestro otro yo? ¿Una persona psicológicamente estable y sana puede esconder otro tipo de deseos e instintos más primitivos e irracionales inconscientemente? Desde luego que sí. Todos los tenemos.

Nacemos moralmente iguales. Nuestra personalidad, ideales, intereses y conductas se ven forjadas por nuestro entorno (léase ambiente residencial, familia, profesores, grupo de amigos...) y por las autoridades. Sí, eso he dicho, las autoridades. Leyes impuestas por altos cargos, leyes más justas que otras, y viceversa. Todo ese conjunto de acciones y condiciones que alguien en su momento hubo establecido como "esto es lo correcto" y "esto conlleva una pena y un castigo", nos privan y nos incitan a actuar. Nos educan a su manera, y de una forma totalmente impuesta y privatizante nos muestran el bien y el mal.

Por supuesto que el asesinato es un delito del que es injusto salir impune, y que el robo y cualquier otra negligencia contra los bienes y la propia persona afectada apuntan hacia el caos y el desorden, y que deben ser castigados con justicia (término que en la actualidad crea muchas confusiones). Son puntos intocables y nada cuestionables. Pero, ¿qué pasa con el instinto y el deseo, sobre todo el deseo reprimido, a actuar de una manera que legislativa y moralmente hablando es incorrecta? Ahí reside nuestro otro yo.



Un yo del que puedes sentirte orgulloso en el silencio, o avergonzado, en el silencio también. Lo preocupante llega cuando lo que deseas en tu interior te supera, te sobrepasa y, aquí ya da igual que las leyes impongan si es correcto o no, tú sabes que es humanamente retorcido. He aquí el otro yo del Doctor Jekyll, llamado Edward Hyde. Tomándose el brebaje, veía cómo su expresión facial se transformaba, cómo su cuerpo se retorcía, cómo sus huesos crujían, y cómo se convertía en otro ser totalmente distinto a él, con unos pensamientos y deseos lejanos a cualquier tipo de racionalidad. Un ser más bajito que él, como metáfora a la diminuta personalidad de la maldad.

Más allá del poder de la ciencia y de la ficción, una experiencia traumática es todo lo que necesitas para ver tu persona dividida en dos, hasta que una de ambas partes, la mala, predomine sobre la otra. No es ninguna novedad en los tiempos que corren, incluso más de una persona lo ha sufrido, y yo me incluyo. Un suceso inesperado que te marque de por vida modificará varios aspectos de tu conducta y tu personalidad, y será complicado, que no imposible, volver a ser como eras antes de esa experiencia. Las consecuencias de dicho cambio se clasifican en grados, al menos así lo veo yo. No todos los traumas te empujan a asesinar como lo hacía Mr. Hyde. De ser así, la especie humana se extinguiría.


¿Acaso creíais que el del Dr. Jekyll es el único caso que existe? Yo lo reconozco, yo tengo otro yo, pero no es del todo un Mr. Hyde deforme y sin escrúpulos. Es más bien una "Hard Candy", que de momento no ha desembocado en impulsos de actuar.


.Estelle.